Sobre alardes únicos y paritarios (II)
Mikel Arriaga (*)
Estamos ante un asunto que lleva varias décadas en conflicto, y que no tiene visos de solución y aclaramiento en ninguno de los dos planteamientos en cuestión. Una vez más asistimos, con harta resignación, pero con la preocupación de siempre, a un nuevo episodio de artimaña encubierta. El planteamiento sigue siendo el mismo, no cabe la posibilidad de la realización de dos Alardes, para que cada cual elija en cuál de ellos salir. Otra vez se disfraza cautelosamente una actitud totalitaria, y después de dar plantón a una reunión con una mediadora internacional, se dice que se busca una solución más duradera y que hay que continuar con el diálogo a fin de llegar a una integración igualitaria de las mujeres en el Alarde.
Aquellos que proponen el “Alarde único” como solución alternativa dicen hablar en nombre de la tolerancia. Pero intuyo que detrás de esta actitud políticamente correcta se esconden otro tipo de intenciones. Esta proposición se ha mostrado como actitud de tolerancia, mientras que la definición de tolerancia radica en la aceptación de la idea del otro, aun siendo diferente. La aceptación de otro pensamiento supone no cambiar las ideas del diferente, no marginarlas y no denostarlas. Por lo tanto, ¿cómo integrar dos ideas incompatibles sin que ninguna de las dos pierda identidad y significado? La respuesta es fácil: es imposible. Así como el aceite y el agua son inmiscibles, las dos visiones y posturas sobre el Alarde, el mixto y el tradicional, son incompatibles. De esta forma, la única vía tolerante a este supuesto problema es la aceptación de las dos visiones, y asumir la diferencia. El hacer dos Alardes y el respetar ambos sería la actitud tolerante por excelencia. Además, y viendo otros ejemplos (en la ciudad cercana de Irún), y sabiendo que la solución ya está previamente experimentada, ¿por qué no seguir por la misma senda? ¿Qué otro tipo de intereses pueden subyacer a este nuevo enbido disfrazado de tolerancia? Es de extrañar que habiendo una solución positivamente planteada, de facto implementada, y con la experiencia añadida de varios años en Irún, no sea igualmente practicada en Hondarribia. Sospecho que pudiera haber una agenda oculta, esto es, intereses ocultos que no se aprecian de forma explícita y denotativa en los argumentos, textos y demás explicaciones, tanto orales como escritos, difundidos al público en general. Está claro, aquellos que quieren un único Alarde quieren imponer su opción sobre la otra, por lo tanto, los intolerantes son aquellos que quieren imponer un único Alarde y no admiten la posibilidad de dos Alardes. Son incapaces de admitir otro Alarde. Y yo me pregunto nuevamente: ¿por qué no se pueden hacer dos Alardes?
Unos pocos dicen que hay que superar la idea de dos Alardes y pretenden imponer su presencia en el Alarde tradicional. Estos son los llamados tolerantes, los que son demócratas, y (como tantas veces hemos oído) son los formados y cultivados, y no los primitivos. Y todo este atrevimiento y arrojo, lo justifican creyendo que los jueces les han dado la razón. Dejando a un lado matices y flecos, sus reivindicaciones no han sido admitidas en los juzgados, a pesar de que los medios de comunicación han querido mostrar lo contrario, lo avala una sentencia del Tribunal Supremo (Recurso Casación Num.: 6997/2002). (3)
Retomemos. Parece ser que ambas partes se han reunido, sí. Sin embargo, las representantes de Jaizkibel Konpainia parten de la base negociadora de que la solución debe ser estable y duradera, y se están refiriendo a la solución de un único Alarde. Una vez más la uniformidad va por adelantado. La única solución posible, que sea respetuosa con las dos visiones diferentes de lo que es un Alarde de Armas, es la de posibilitar la expresión de ambas sin tener que mutilar ninguna, es decir, dos Alardes.
Es curioso que el nuevo paradigma de tolerancia absoluta sea el siguiente: “¡Un único Alarde, el mío!” Con estas bases, es con las que se quieren sentar algunas personas a negociar dos posturas distintas y con diferentes visiones sobre un ejercicio de expresión (una parte con una visión ritual identitaria, y otra parte con una visión reivindicativa de género).
Una de las partes arguye el total derecho a la existencia de un único Alarde (evidentemente mixto), desplazando, o mejor dicho, prohibiendo la celebración del Alarde tradicional. Una vez más los derechos de una parte se tienen que imponer sobre la otra, curiosamente sobre la mayoritaria; y todo en aras de un supuesto derecho universal.
El asunto queda muy claro: “¡Un único Alarde, el mío!”. Este ha sido, y sigue siendo, el principal planteamiento y el grito de guerra de Jaizkibel Konpainia. No hay matices, no, no existen. Además, ¿para qué los matices? Cuando una parte se cree en posesión de la verdad absoluta, sobran los matices, incluso la opinión de toda la parte diametralmente opuesta.
Así pues, se ha puesto en marcha toda una maquinaria publicitaria para intentar hacer ver a la opinión pública la injusticia, la marginación y el agravio que sufre un grupo minoritario de partícipes en una compañía mixta con la intención de embaucar a los medios de comunicación y, así forzar al estamento político a una solución dictaminada desde los despachos correspondientes, haciendo caso omiso a una Sentencia del Tribunal Supremo antes citada, la cual deja claro que ningún Alarde actualmente existente es excluyente o discriminatorio. Además, el que solo exista un único Alarde paritario y homogéneo, no es un acto de justicia y libertad, sino más bien una manipulación y perversión del derecho a la libertad de cada individuo. El reclamar el derecho a participar en un evento, y además poder ejercerlo, no debe restar derecho a otras personas a poder hacerlo en otro evento de diferente forma.
Personalmente admito la opción de entender el Alarde de formas diferentes. Y lo mismo pediría a las diferentes opiniones y opciones de entender una fiesta ritual como ésta. Por lo tanto, con esta posición, no se niega el derecho de opinión a alguien a que piense diferente a lo que uno mismo piensa u opina, y no quisiera que se privara de este derecho a pensar diferente a nadie. Por consiguiente, habría que respetar todos los derechos, incluyendo el derecho de aquellos con distinta opinión a aquella que uno mismo reivindica. Asimismo, teniendo en cuenta que el Alarde tradicional se ha constituido en asociación privada, hay motivos para que esta opción sea también respetada con las garantías que protegen al derecho privado. A una asociación privada, ningún ente foráneo a ésta le puede imponer otras formas de organizarse. La participación como espectador en el Alarde tradicional no está impedida a nadie. Sin embargo, como ente activo en el evento, la participación sí está limitada, un ejemplo análogo podría ser la Clásica Ciclista San Sebastián. ¿Acaso todo el mundo tiene derecho a participar en esta prueba o evento? ¿Es por esto que los derechos de una parte están conculcados? Por supuesto que no. Pero en el caso del Alarde es muy fácil y cómodo hacer demagogia utilizando el argumento del derecho, y se suelen crear consecuencias de gran publicidad y repercusión mediática. Concretamente fue lo ocurrido con el Alarde de Hondarribia el año pasado.
Quisiera comentar también las reflexiones de un grupo de investigación de Pamplona, Taller de Sociología S.A. ; según este grupo, del mismo modo que los participantes del alarde tradicional son esencialistas, al definir a la mayoría de los componentes del alarde mixto los describe como fundamentalistas (Diario Vasco, 29-IV-2001). Hay que tener en cuenta las connotaciones que esto tiene sobre una gran parte de los componentes de Jaizkibel Konpainia, sobre todo sabiendo la postura que han adoptado este año, negándose a aceptar un punto medio en el problema y no admitiendo un acuerdo de mínimos. Una de esas connotaciones es el carácter totalitario de las personas que representan a Jaizkibel Konpainia.
La integración igualitaria que propugna Jaizkibel Konpainia es evidente que no propicia una función integradora. Está claro que lo que tiene que primar en este asunto es la función integradora en la cohesión social, y no una función en la integración de la expresión de un sentimiento concreto, de un ethos identitario que comentamos en un artículo anterior (4). Es evidente que habiendo dos visiones distintas, la integración de un sentimiento con otro totalmente opuesto, irreversiblemente ahonda en el desgarro de una misma comunidad.
(3)-http://www.hondarribikoalardea.com/images/stories/publicaciones/sentencia_TS_STS6997-2002.pdf
(4) – https://aberriberri.com/2019/06/28/el-alarde-como-sentimiento-ritual-identitario/