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Memorias de Miguel Saenz de Pipaon y Tejada, Pinchar en la foto

Memorias de Miguel Saenz de Pipaon y Tejada, miembro de Caballería 1922 a 1927

                                                                                                                                           El Alarde 1922

El verano se presentaba feliz pensando que había adelantado un curso siendo un muchacho vulgar. Aunque nada ni nadie privado u oficioso me advirtiera que sí pretendía la licenciatura de Medicina y no solamente dos cursos para la especialidad de Odontología, necesitaba aprobar un curso de alemán. Pero pensaba -pobre de mi- que todavía tenía este Curso 2º, para conseguirlo.

Esto ahora eran monsergas en vísperas de San Marcial. Para acallarme pensé: «cada cosa en su momento». Ahora era tiempo de encontrar un caballo. «Experto» jinete ya era – tras mi aprendizaje de Sevilla -así es que sólo en Caballería podría servir en el Alarde de San Marcial.

Los caballos – era tradicional- los proporcionaba, si no todos, algunos, la Guardia Civil. Esto era pues función de mi padre ante el Capitán Toledo, Comandante del Puesto de Irun. No hubo pues dificultades. El Ayuntamiento subvencionaba » al caballero» con 25 pesetas. La cantidad iba íntegra a parar al bolsillo «del número» que traía el caballo de la cuadra y lo recogía al final del desfile.

Para mi la figura máxima del Éjercito Popular – en lo que concernía a mi arma -era Carlos Molinero. Agente de Aduanas sí, pero con experiencia campera allá por Matanzas, de la Cuba de la otra orilla. Carlos, al que por esta razón se le reconocía amistosamente como a «Mambis»- si tan «revoltoso» era- resultaba un tipo simpático, que me brindaba llana y gratuitamente la protección que pudiera necesitar mi ignorancia guerrera o mis limitaciones ecuestres.

Rara vez -por si acaso-subí al monte a lomos del equino, solo una, en la que una moza afrancesada vestida de cantinera se atrevió – pobre ignorante- aposentarse en la misma grupa del lomo que yo ocupaba . Ella iba cómoda y satisfecha, yo ufano y presuntuoso con tal real moza. Mas hay un refrán que dice : » una y no más, Santo Tomás». Aunque ignoro por qué hay que mezclar a Santo Tomás, en esto. Pero debe o debía tener alguna razón pues fue la única de las cinco quintas en que yo serví en la Caballería del Ejército Popular, no sólo que llegase a tales alturas del monte, si no que admitiera viajeros en mi jumento.

Peores recuerdos tengo en una de esas quintas – por el pánico que pasé. Y que estando al pairo «mi Comandante Mambis», el caballo, ( a pesar de lo recomendado que venía) se debió dar cuenta del jinete que llevaba encima  y a galope -que no pude dominar- se dio por la querencia a su cuadra. Enfilando sin miramientos al tosco empedrado del pavimento, tiró cuesta abajo la Calle de la Iglesia. Y no sería por confundir la Parroquia con el barrio de su establo.

En la pendiente -y yo manipulando lo que sabía – el caballo dobló una mano al resbalar con su herradura momento que yo – todavía cabalgando g. a D. – conseguí hacerle retornar al punto de partida. A partir de lo cual, y no se si vengativo o en previsión de otra parecida jugada,  tomé la determinación de paso a paso -mas tranquilos los dos – irnos a la playa de Fuenterrabia ( me estaba acordando del picadero)donde le obligué a coger el galope hasta que le vi sudoroso. Luego volvió a nuestros cuarteles a un trote corto y un paso lento.

La dádiva municipal y el fin del desfile dejaron » al número» algo mas tranquilo , al menos por un año. Yo – me doy cuenta ahora- no tuve la delicadeza de haber preguntado al día siguiente por la salud del pobre animal(?)

 

 

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